Las luziernagas

A menudo, bolígrafo en mano frente a un papel en blanco o a la pantalla vacía del portátil, somos capaces de adentrarnos en nuestras profundidades, de hurgar en nuestra herida con el ánimo de comprender lo que estamos viviendo o simplemente de expresar lo que estamos sintiendo.

Hay mucha literatura sobre la pérdida. Existen interesantes clubs de lectura sobre la muerte, el morir y el duelo. Personalmente he participado en el que promueve Al Final de La Vida, dirigido por Soledad Gallego y os lo recomiendo. Me he adentrado en la muerte Perinatal de la mano de Anna Starobinets en su libro «Tienes que mirar» o en la soledad de la muerte con «La muerte de Ivan Ilich» de Tolstoi. Fue sanador para mí leer sobre la muerte en mi duelo.

En mi propio proceso ha sido fundamental la escritura. En primer lugar por la oportunidad de reflexionar. Pararse delante del papel a escribir requiere una reflexión sobre aquello que vas a contar. Cuando el tema de tu escritura es tu pérdida reflexionas sobre ti misma, sobre tus vivencias, creencias, emociones, recuerdos, valores, miedos, etc. En definitiva te adentras en ti y te descubres. Es un ejercicio de sinceridad donde estás a solas y no hay que fingir, aparentar ni cuidar a otros. Si logras evitar cualquier filtro es muy probable que halles tu verdad más profunda y en ella muchas de las respuestas que necesitas. En segundo lugar compartir mis textos se convirtió en la manera de pedir ayuda, de compartir mi dolor, de dejar ver lo que estaba viviendo. Quienes quisieron mirarme de frente y acompañarme en mi proceso tuvieron la información necesaria para acudir en mi ayuda sin tener que pedirla abiertamente, sin sentirme excesivamente víctima de mi dolor. Sin esas personas no hubiera podido elaborar mi duelo. La comunidad te sostiene si está preparada era ello y si eres capaz de hacerles saber de tu pequeño infierno.

Hoy me atrevo a compartir alguno de mis textos que están camino de publicarse con el ánimo de que sirvan a otras personas como a mi me sirvieron los que leí. La pérdida es una experiencia personal pero a la vez es también universal, humana y compartida.

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Haciéndome llanto


Una tarde del verano pasado, cuando Chris aún estaba en coma, yo estaba preparando una judías verdes y hacía memoria. Al principio él las cocinaba quitando las dos puntas con un cuchillo y los laterales con un pelador, las dejaba muy pequeñitas. A mi criterio eso era un gran derroche. Yo tenía por costumbre quitar solo la esquina de la que cuelgan en la planta. Con la convivencia ambos las preparábamos cortando las dos esquinas. Habíamos hallado un término medio y así con muchas otras pequeñas cosas cotidianas. Siempre supimos encontrarnos en la discrepancia. 


Aquella tarde, mientras limpiaba las judías, ya tenía puesto el cuchillo sobre la esquina más redondeada cuando en ese instante caí en la cuenta de que ya no había acuerdo tácito que respetar porque Chris ya no volvería a comer mis judías verdes nunca más. Levanté el cuchillo y seguí limpiando las demás cortando solo una esquina. Creo que ese fue el primer paso de aceptación. Entonces mi coraza era tan gruesa que aquello no bastó para llorar, simplemente me sentí bien por dar ese pequeño paso. 


Hoy tengo lágrimas verdes, se me escapan limpiando judías. A veces son lágrimas rojas cuando llega mi luna, otra luna sin él. A veces son lágrimas blancas cuando despierto y basta con estirar la mitad de la cama porque la otra mitad no se ha deshecho. Poco a poco se me cae la coraza y me hago llanto.